Gente que se dio una vuelta


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21 de mayo de 2010

Out of the box

Estando en el colegio las exactas eran lo que más me costaba. Y me cuestan, aún. Eso no quitaba que memorizara todo como para rendir y aprobar; de hecho, tuve los mejores promedios en matemáticas, física, química, con diploma y medalla -se usaba en el colegio, cada fin de año, en un humillante acto-, y aún me cuesta dividir por dos cifras.
Una profesora de matemáticas, brillante ella, nos entregó un problema. Estábamos en 5º año. Me partí el cerebro, pero lo resolví. Al menos eso creía. Cuando devuelve los demás, a mí me llama al escritorio. Estoy en el horno, pensé.


-¿Cómo llegaste a este resultado?.
Expliqué el procedimiento, el razonamiento a partir de los datos que tenía, por dónde lo pensé... No era el resultado que ella tenía, difería y mucho. Pero era correcto, lógico, cerraba, estaba bien hecho. Esta docente fue lo suficientemente grande como para admitir que había otra posibilidad. Una vez que le demostré por dónde lo había resuelto (en verdad, sin más intención que zafar), me aprobó.


Me viene esto a la memoria porque sigo funcionando así: más de una vez, el resultado no es el que se supone, pero la cabeza me anda por lugares paralelos, menos recorridos, no tan correctos de entrada, pero ciertos, comprobables.
Más de una vez, pienso desde otro ángulo, desde abajo, atrás, sospechando... Y no sé por qué.

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