Gente que se dio una vuelta


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23 de mayo de 2010

Lo uno y lo múltiple IV.

En muchos mitos la multiplicidad aparece como castigo del/de los Dios/es: la torre de Babel en el Génesis, el andrógino original en algún mito creacional babilónico y en El Banquete de Platón, por ejemplo: hay algo uno y único, que es dividido, dispersado y generalmente, es un castigo o venganza divina. Como si en el fondo del alma humana hubiese anhelo de unidad y se percibiese la multiplicidad como mala o no deseada (algo de esto pasa en las religiones monoteístas, donde la arqueología, al contrario que la hagiografía, demuestra que la pluralidad de Dioses es previa y el monoteísmo, posterior).
Por mi parte, creo, que es una manera casi innata al ser humano de defensa ante una pluralidad que lo aterra y paraliza, defensa y terror que se repiten de otras maneras, con otras pluralidades, con otros nombres.
En el relato de pentecostés (libro de los Hechos, capítulo dos), convergen y conviven dos tradiciones: una que dice que las personas oían a los discípulos cada uno en su lengua, i.e., los comprendían. Otra que dice que los discípulos se expresaban en varias lenguas. El milagro, por decirle de algún modo, ¿estaba en quienes oían o en quienes hablaban?.
El relato no lo resuelve, por lo que en algún punto quiebra la idea de una multiplicidad mala, presenta una diversidad en comunión,  en comunicación. Es en la diversidad donde se da la posibilidad de la unión, que no de la uniformidad.
En algún punto, siento que continuamos temiendo a lo plural y queriendo imponer algunas hegemonías: si al menos sincerásemos nuestro "desde dónde" y nuestra intención, no estaría mal. Pero seguimos buscando la "igualdad". Y no siempre está bueno.

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