Gente que se dio una vuelta


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26 de febrero de 2010

La belleza salvará al mundo

Dostoiesvky -una de sus creaturas-, dicen, dijo esto en "El idiota". Confieso: temo entrarles a estos tanques rusos, me da la sensación que me puedo perder y no entender nada. Y mi orgullo quedaría demasiado herido. Aunque no se lo contara a nadie.
No sé, entonces, a título de qué lo dijo, cómo se sitúa esto en su obra. Me quedo con la expresión más desnuda. Y recuerdo.
Recuerdo que, en las épocas que estudiaba metafísica, el pulchrum era como la suma de todos los demás trascendentales -que eran algo así como los predicados del ser, pero no puedo, ni me interesa, asegurarlo.
Recuerdo que Roger de Taizé, entrando en la tradición del cristianismo ortodoxo, proponía tener en las casas "un rincón de belleza", donde se pondrían los íconos.
Recuerdo el estremecimiento que se instala en el corazón, por ponerle lugar, al contemplar la belleza del norte argentino.
Recuerdo el placer de los nocturnos de Chopin, siendo que no soy fan de la música clásica.
Recuerdo la comunión con Francisco de Asís en el lugar donde escribió el Cántico de las Creaturas.
Recuerdo el vértigo de tener por primera vez en los brazos a los hijos de gente querida.
Recuerdo la emoción de encontrarme en Florencia, en el museo de la Academia, con el David al fondo de una galería en mármol de figuras inconclusas.
Recuerdo la serenidad de una pradera en la Borgoña francesa, con un arroyo verde esmeralda.
Recuerdo el éxtasis ante un colibrí que al amanecer y al atardecer visitaba las flores en la ventana de mi habitación.
Recuerdo 
Recuerdo. Y le creo a Dostoievsky.

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