
ahora en casa de mi hermana mayor. Empatizaba con sus mareos adolescentes y comulgaba con el análisis que hacía de las personas, ella misma incluida.
Me reencuentro ahora, libro electrónico mediante, con una edición corregida y aumentada del Diario -su padre censuró parte del original y recientemente se reeditó más completo-. Ya adulto no puedo menos que asombrarme ante esa adolescente, judía, oculta, obligada a la convivencia con otros, encerrada, que sigue d/escribiendo, contando. Gracias a Google rastreo imágenes de esa chica desgarbada, feucha, que me sonríe desde las fotos. Ojos inmensos, profundos.
Pienso en cuántas historias quedan sin ser contadas, calladas brutalmente, de las cuales ella es ícono. Cuántos, cuántas Anas habrá sin lápiz y papel, cuántos sin saber escribir siquiera.
Siento que estamos en deuda con ellas y ellos.
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