Cuando el mundo semita/bíblico aún no había desarrollado la idea de un más allá en el cual los humanos compartieran tiempo y vida con la divinidad, la permanencia eran los hijos, la tierra, el buen nombre que se perpetuaba.

Cuando alguien escribe con mucha o poca pretensión un libro, quiere trascender en las palabras.
Cuando legamos enseñanzas o tradiciones, entramos en ese círculo continuo que es la humanidad.
Tan eterna y tan joven.
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