
El nene que tímidamente comienza el jardín de infantes confía en que cada día, mamá, papá, quien fuere, lo busca para reintegrarlo a su casa. El rito le da paz, lo serena; le permite entrar a la salita, porque a la salida, lo esperan.
La púber se debate entre la sorpresa de la menarca y el integrarse al rito mensual de cientos de miles de mujeres.
El adolescente extraña la seguridad acotada de la infancia, donde las cosas eran más rutinarias, más seguras.
El bebé necesita su baño, sus brazos, su teta para poder entregarse al sueño. Ritos maternales, paternos.
Los amigos pasan el mate mientras charlan; o cocinan juntos para compartir mesa, rito sublime.
El rito nos humaniza, nos enraíza, nos hace tradición. Nos hace falta.
1 comentario:
Totalmente, neceistamos de ellos por que son la trama confiable donde se desarrollan los cambios. La cosa es cuando son por que sí, pierden sentido, se vacían y los alienan! a veces no es dejar de hacerlos o sí, la cuestión es recuperar qué estamos haciendo, a dónde nos conectan y con que/quién nos conectan!! me encanta este tema!!
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