A 80 km. de la ciudad de Buenos Aires, un pueblo que supo de progreso en las primeras décadas del siglo XIX y que a fines de ese mismo siglo casi se convierte en fantasma. Un pueblo que ahora, con la excusa del turismo, la gastronomía "criolla", lo campestre (?), resurgió con calidez y calidad. Construcciones viejas, la estación abandonada donde ya no pasa el tren pero se hace la feria, la iglesia y el galpón de la sociedad de fomento...
Pero lo que me emocionó fue que en el granero de la estación (vacío e inútil gracias a las políticas neoliberales), se generó un espacio de teatro, cine, talleres, bar, información, arte... Como si la nueva riqueza fuese recuperar la cultura y el encuentro.
Estuvo bueno, muy bueno. El lugar, el día y la compañía.
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