
Un globo inmenso, lleno de caramelos, papeles, juguetes horribles de plástico. Lo reventaba el festejado y ahí el acabóse: la horda de niños y niñas matándose por esos premios, acaparando, llenándose bolsillos, remeras, lo que fuere. Lo detestaba por varias cosas: no me gustó nunca el amontonamiento; y verme arrojado, empujado y violentado, no me agradaba especialmente; además, esforzarse por tan poca cosa me parecía ridículo, habiendo comida y bolsita que luego traería los mismos caramelos, los mismos juguetes; por no decir la vergüenza ajena que me causaba la avidez de querer quedarse con todo sin mirar a los costados.
Solía, por eso, quedarme atrás, dejar que la horda se amasijase por dos caramelos -o en el peor de los casos, terminaban bañados en harina-. No valía la pena.
Sigo viendo muchas actitudes similares. Sigo mirando igual.
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