"La distancia entre el deseo y la realidad es, en sí, una zona marginal, al menos en sentido amplio. Sólo se es consciente de esa zona liminal si se ha podido explorar ambas márgenes, en mayor o menor medida."

Me hago eco, ahora, de la posibilidad de reconocer los márgenes, de explorar ambos lados. Se me presenta la imagen del compás: con un extremo firme, seguro, podemos estirar los garabatos, los círculos. Ser elásticos, flexibles. Animarnos a mirar lo que sentimos ajeno, lejano u oscuro y, que en verdad, es parte de lo que somos, la sombra que proyectamos, que acompaña.
Negar que podemos ser monstruos es alimentar la bestia. Tentar al diablo, decían las abuelas.
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