
estaba bien pero de pronto ya no servía el formato para proyectarlo. Los colores, los gritos de los chicos jugando, unos mates, el escritorio, las charlas la computadora...
A la tarde, cloacas tapadas, casi desbordando, cinta metálica para destapar, una lucha de tres horas entre olores desagradabilísimos, salpicado de aguas servidas -para ser sutil-, lastimándome las manos -no tanto, tampoco-, el brazo hasta el hombro entre toda clase de deshechos...
De un extremo al otro. Parábola de la vida misma.
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