Gente que se dio una vuelta


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24 de junio de 2014

Olfato

Subió una familia al colectivo, dos nenas de entre 9 y 12, un bebé de un poco más de año y medio, la madre. Un hedor tremendo, mezcla de todas las suciedades y olores corporales. Agresivo. 

Por el horario, el colectivo no venía lleno, pudieron sentarse. Estaba yo en uno de los últimos asientos individuales. Las chicas con el bebé se sentaron atrás, la madre un poco más adelante, en uno de los asientos dobles. Y los olores. No era el pañal del bebé, no era sudor: era el peso de la pobreza hecho aroma. 

Algunas ventanillas se abrieron discretamente, pese al frío. Me sentí tentado de cambiar de lugar e irme más adelante. Estoico, permanecí. Sentía que irme sería violento. Calculé que bajarían en La Cava -sí, juzgué por portación de rostro-. El bebé comienza a llorar. Se hablan entre madre e hijas de un lado al otro. Y el olor.

Bajan en Neyer y Rolón. El olor se me queda en la memoria. Doliendo. De muchas maneras.

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