Ya conté, alguna vez, de la "tribu" que formamos con algunos amigos y sus familias. Feriados, cumpleaños, alguna tarde, un rato, todos juntos o algunos no más, disfrutamos encontrarnos, charlar, comer, compartir unos mates, una salida, unas vacaciones.
La tribu crece y este sábado que pasó, bautizamos a los dos más pequeños, Mateo y Joaquín. Los gestos repetidos del agua, la palabra que resonaba desde la experiencia de otros creyentes, la luz, el aceite que suaviza. Las madres y los padres que los presentaban, las madrinas y los padrinos secundando. La familia y los amigos, los críos correteando. Todo complotando para reafirmarnos en los vínculos primarios, básicos, simples, elegidos. En una fe, en un camino, en un estilo. No el que desearíamos, capaz, pero el que podemos.
Los ritos viejos y nuevos, de otros, de muchos. Profanos y sagrados. Nuestros. Muy nuestros.
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