Charlábamos, una vez más, del lugar híper común de la discriminación: algunos se quejaban que si los veían vestidos "onda villa" -gorra con visera hacia atrás, pantalones holgados, zapatillas estrafalarias, campera de equipo de gimnasia-, les tenían miedo o desconfianza. Además portan color de piel. Que suma.
Claro que vestirse de esta u otra manera también marca pertenencia, dice, habla. Tratábamos de ver eso, de pensarlo juntos: si ves a una mujer vestida provocativamente, suponés -bien o mal-, que busca llamar la atención; si ves a un tipo con kipá, suponés que es judío; si ves a alguien con un ambo, podés pensar que es doctora u enfermero.
Pero cuando ya vivís con varias cosas en contra, sumar otra más, sólo por la mirada que te marca, es pesado. No distingue, nomás. Separa. Y a veces sentirse separados es lo que une. Un círculo que no tiene fin.
21 de noviembre de 2012
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