Reconocí las caras de varios: con muchos habíamos también hecho el primario. Recordé nombres olvidados.
Pero lo que más me asombró fue que yo era enteramente yo: es decir, salvo el hecho de repetir el año o llevarme materias, cosas que jamás me pasaron, era yo tal como me percibía a esa edad y tal como recuerdo esa percepción. Nada estaba fuera de lugar, todo era enormemente normal.
Como si el que se hubiese dormido y soñara no fuera el hombre de 42 sino el adolescente de 16, 17. Como si me hubiese ido -o venido- a visitar.
Como si el que se hubiese dormido y soñara no fuera el hombre de 42 sino el adolescente de 16, 17. Como si me hubiese ido -o venido- a visitar.
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