Conocer la historia ajena o propia ayuda a saber cómo reaccionamos, por qué lo hacemos, cuáles son las motivaciones que nos mueven, por qué hacemos algunas cosas a pesar nuestro, cómo es que los errores que cometemos suelen ser los mismos... No ayuda también a empatizar, comprender, perdonar, soportar.
Pero a veces creo que se convierte en una excusa: como conocemos nuestra historia, como el otro conoce la nuestra, nos escudamos en ella para no crecer, para no desarrollarnos, para cambiar y seguir reaccionando, moviéndonos con cualquier viento, equivocándonos -sin creatividad, siquiera-...
Virtud y defecto de la mano.
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