Canadá.
Subí a la torre Eiffel y me dio vértigo. Estuve en el museo Auschwitz y se me hizo un nudo en la garganta. Nadé en la Polinesia entre corales. Vi el atardecer en Santorini tomando ouzo. Hice parte del camino de Santiago con otros. Fumé Cohibas en Cuba, en el malecón de La Havana. Cursé algunas materias en universidades de la Ivy League pero no sé cómo me fue.
Estos viajes salieron de charlas en las que la envidia me carcomía, de películas, de fotos, de lecturas, de deseos. Me acuerdo ser chico (primeros años de la escuela) y soñar recurrentemente que iba a visitar a mis tíos en Estados Unidos. No siempre llegaba: despertar era frustrante.
Me alegra que mi sedentarismo crónico tenga una veta más nómade, viajera, curiosa.
El deseo que impulsa la vida, creo.
El deseo que impulsa la vida, creo.
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