La otra, creo, que la había hecho mi abuela. O al menos, le renovó varias veces las fundas.
Me acompañó en mudanzas -y no sólo geográficas-. En mi insomnio le he pegado para descargar impotencias.
Debe tener, calculo, 26280 horas de lectura (36 años hace que leo, a dos horas por noche). La he abrazado para dormir -no por soltero, por costumbre-. La revoleé en verano, porque me daba calor. La mojé auténticamente con sangre, sudor y lágrimas. Hundí la cara en ella para gritar. La extrañé en los viajes o cuando no dormía en casa. La consulté sin que respondiese ninguna duda.
Una de las relaciones más prolongadas y fieles que he tenido.
No me animo a tirarla. A ver si alguien la recoge, sueña mis sueños, desentraña mis dudas. O, pobre, sufre mis insomnios.
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