Devaluadas, bastardeadas, empobrecidas, andan las palabras.
No sólo las de nuestros abuelos, que eran hombres de palabra, que era lo mismo que decir honorables.
Las nuestras también, que esconden y mienten más de lo que revelan y comunican. Las de los más jóvenes, que pierden la poesía y las ilusiones. Las de los más pequeños que quedan entre el llanto y el grito.
Paradoja de tanto ruido.
1 de julio de 2011
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