Incluso, cuando sé que la pasión me está jugando fuerte en lo que digo, puedo -no sé si siempre, pero soy consciente que muchas veces- reconocer que tengo cierto compromiso afectivo con lo que estoy diciendo o pensando. Ejemplos:
- Capaz mañana diga otra cosa, pero en este momento, siento mucha bronca y no puedo ser objetivo.
- Lo quiero tanto que no me importa lo que hizo (que sí, puede ser malo lo que ha hecho, sin dudas).
- Si te respondo ahora, lo voy a hacer a las apuradas.
- Prefiero no opinar, porque no puedo ser objetivo.
- Si me fijo en el cariño, te diría que sí, pero por el bien de todos, mejor no.
Incluso si no puedo sólo, le pregunto a alguien, blanqueando por qué lo hago: Creo tal cosa, pero siento que puede ser esto...
Por eso cuando escucho, leo, miro, argumentos que mezclan sin distinguir, o que a algo racional respondemos afectivamente -o viceversa-, o que no podemos ni entendemos que estamos mezclados; cuando además no podés razonar, cuando encima creés que si no es así, no es de otra manera y los demás somos giles o guachos... cuando veo eso, ahí sí, no te la dejo pasar. A muerte.
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