Mientras espero que se haga la comida que está en el horno pienso y escribo.
No sé bien por qué me venía acordando de largos debates adolescentes y no tanto sobre la posibilidad de ser felices. Algo nihilista, en su momento, atravesado por una híper-consciencia precoz, creía que era una batalla perdida. Como si en la vida no hubiese más que un anhelo inútil que nunca iba a poder ser cubierto.
A unos años veo, me veo. Si tengo que ser sincero conmigo mismo, puedo decir que soy feliz. Quizá no con la pasión o serenidad esperada, atravesado también por dolores propios y ajenos, con menos idealismo depresor y más idealismo desafiante. Siento que puedo crecer hacia más plenitud, que cuando duelo y me duelo hay quienes lo hacen a mi lado, compañeros, presentes. Yo con ellos también.
Modos simples de ser y hacernos felices.
24 de junio de 2013
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