Ayer murió un amigo querido. Jorge había ingresado poco más de una semana atrás al hospital, y enseguida lo derivaron a terapia intensiva: una neumonía fuerte. Promediaba los cincuenta años, sanísimo, laburador, servicial. Indujeron el coma para poder intubar y facilitar la oxigenación; no alcanzó.
No esperaba este descenlace. Me imaginaba esperando un poco más, yendo luego a verlo mientras terminaba de recuperarse en el hospital antes de que lo mandaran a la casa. Creía que íbamos a compartir más cenas, más bromas, más encuentros, más tiempos.
Nos reunimos a la tarde para celebrar la eucaristía -somos cristianos practicantes la mayoría-. Rezamos, acompañamos un poco a la esposa y al hijo, lloramos, dolimos.
Siento, más acá y más allá del dolor, que estamos atravesados por la esperanza tesonera, grande, más grande aún, de que hay más vida, más Vida. Y no siento que es consuelo, no: es certeza.
Hasta entonces, querido.
29 de junio de 2013
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