Descansaba un rato a la tarde luego de haber intentado preparar unas clases. Me había enredado en medio de una cuestión que quería exponer y no encontraba bien el cómo. Más de una vez cuando me enrollo, cortar y cambiar de tarea me desenrosca.
No fue el caso. Más vueltas le daba, más me convencía que, como fuere, no iba a parar hasta no saber cómo transmitir lo que quería decir. Me di cuenta después de un rato: me frenaba el temor a que, al no entender los alumnos lo que tenía que decir y enseñar, terminaran rechazando el todo. Como si alguien que explicase matemáticas temiese que por no entender las derivadas los alumnos rechazaran las sumas. Como si así, las derivadas dejaran de existir.
Terminé decidiendo: haré lo mejor posible. Confiaré que ellos también.
Y que tenga más suerte que mi profesor de matemáticas.
28 de mayo de 2013
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