Pedirle belleza a un periodista, por ejemplo, es como pedir objetividad en la carta de un enamorado. Si el enamorado escribiese una crónica, la otra parte huiría a brazos de otro. La receta de cocina no calma el hambre; los ingredientes por separado no son comida: hace falta que alguien meta mano.
Un llanto brota del dolor, otro de la emoción ante la belleza, otro de la impotencia.
Entender el código, el desde dónde, el para quién, ayuda a entender lo dicho.
Para eso hay que meterse, un par de segundos, en los zapatos del otro.
Por eso debe ser tan difícil.
8 de abril de 2013
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1 comentario:
me encantó tu reflexión de hoy, mi amigo
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