En la búsqueda de la propia afirmación muchos no dudan en demonizar y anatematizar al otro.
Escuchaba ayer por la mañana un cruce de opiniones en un programa. El tema era delicado: el fallo de la Corte Suprema de Justicia (http://www.lanacion.com.ar/1456233-fallo-historico-la-corte-eximio-de-pena-a-las-mujeres-violadas-que-aborten). Se jugaban, se juegan, convicciones profundas.
Escuché un rato y me volví a asombrar de la poca capacidad de escuchar: la cosa era ver quién descalificaba o ridiculizaba más pronto y mejor la postura del otro. A favor y en contra. Alguno reconociendo humilde que no sabría qué hacer. Pero todo era motivo de retrucar, rebajar; y sabemos que no hay mejor modo de desarmar los argumentos que llevando a extremos ridículos.
Entiendo que se tengan posturas tomadas, claro. Yo mismo la tengo. Lo que no termino de entender es por qué creemos que convenciendo al otro cambiaremos la realidad para uno u otro lado.
Mientras tanto las cosas siguen pasando.
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