Volvía a casa en el 333 -que es casi como una prolongación del barrio-. Hacía calor: uno de estos días que están siendo pesados, gomosos. Estos días que hacen que todo parezca más cercano, peligrosamente cercano.
Como ya hace tiempo hago, aprovechaba el viaje para leer: nada depende de mí, así que relajo y viajo.
Venía, entonces, leyendo. Abstraído. De pronto se me llenaban los ojos de lágrimas por la ternura del libro, de pronto sonreía de costado. Hasta que largué una carcajada un poco fuerte. Tanto que me dio como vergüencita y cerré el libro.
¿Por qué será que lagrimear solo es más sano que carcajear?.
¿Es preferible reír que llorar?.
9 de marzo de 2012
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