Ayer estuvimos con Gerardo, Patricia y unas 15 personas más, en una visita guiada a la ESMA. En la Escuela de Mecánica de la Armada funcionó, durante la dictadura militar argentina, un centro de detención clandestino.
Hoy es un espacio para la memoria y reflexión y se puede visitar. De los más de treinta edificios, sólo el más alejado funcionó como campo de detención. Pero eso no achica el horror.
La noche previa casi no dormí y me desperté -es un modo de decir- con una respiración entrecortada, ansiosa. Quería ir, me lo debía. Y lo temía a la vez.
No quiero decir qué o cómo me sentí, porque fueron muchas cosas y demasiado variadas. Sí diré que me pegó fuertemente el silencio que gritaba tantas ausencias; me pegó subir por la escalera por donde los detenidos/desaparecidos subían para ser trasladados en los vuelos de la muerte; me pegó imaginarme a las mujeres pariendo; me pegó lo límite de lo humano y de lo inhumano.
Sentí que estaba peregrinando casi de un modo religioso. Necesitaba tocar, acariciar las paredes, rezar a la ausencia, palpitar la muertevida.
Sí, peregrinar es la palabra.
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