Hay un hombre que sube habitualmente al 333 -línea de colectivo que tomo para ir a casa o volver-. Un vendedor ambulante: tranquilo, no de los que te taladran con su cantinela. Con la misma serena dignidad te vende unas medias de mujer, chocolates de primera, marcadores o pegamento instantáneo.
Ya nos saludamos, incluso si nos cruzamos fuera de su "ámbito laboral".
Cada vez que aparece con su bolso y sus ofertas, presto atención, no sea que justo necesite lo que vende. También presto atención porque me admira la dignidad con la que trabaja: no pretende conmover, no coacciona con la oferta del día, comunica lo que tiene...
La verdad, lo admiro.
28 de octubre de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Que buen post, y que buen blog (llegué desde Seras Bubulina y me hice panzada).
Gracias, Phoebe. Y ¡bienvenida!
Publicar un comentario