Venía a título de la necesidad de dejar que el texto hable, se diga. No fue fácil, claro. Hubo que raspar años de cosas (mal) oídas, (mal) escuchadas, (mal) explicadas.
Casi lo mismo que nos pasa al enfrentarnos con un otro, conocido o no, familiar o extraño: canonizamos la subjetividad de la percepción y la creemos real y objetiva, sin dejar que-sea-lo-que-está-siendo, primero. E intentar aprehender. Decimos antes de escuchar.
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