Lo de Galeano me puso a pensar en la economía de palabras. Pasó que días atrás me reencontré con un libro leído en la adolescencia y, más allá del argumento, sin dudas bueno, sobraban las palabras: si hubiese tomado un lápiz para tachar adjetivos, adverbios, descripciones malas... creo que de 250 páginas quedarían 90 y sería un mejor libro.
Pero, por caso, la trilogía de El señor de los anillos también trae larguísimas descripciones, que no sobran, que ayudan a ver, a entender, a percibir. Son conductoras, no obstáculos. Otros autores son más austeros, más económicos en las palabras, lo que hace que cada una tenga su peso propio.
No es que no tengan cómo decir: es que tienen tan claro lo que quieren comunicar que no necesitan más.
Sucede en los textos y en las personas.
12 de octubre de 2011
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