No me extraña que las nuevas generaciones (¿cuáles?) no tengan especial aprecio por nuestros ritos, o los encuentren viejos, duros, ajenos.
Muchos de ellos -¿nosotros?- crecieron con un televisor presidiendo la mesa familiar, si es que había mesa y familia.
Otros nunca vieron cocinar a sus madres más que tartas o combinar latas.
Otros no se dormían con sus padres contándoles cuentos.
Otros no iban con sus abuelas al templo.
Otros no inventaron juegos repetidos.
Hay otros ritos, claro, y si me pongo apocalíptico y negativo, los veo casi como consecuencia.
19 de octubre de 2011
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