Cuando el odio es la opción, no hay argumentos.
Es más fácil dejar de amar -celos, cansancio, rutina, otro amor que aparece, desgaste, infidelidad- que dejar de odiar.
Nada que haga el odiado puede ser del agrado del odiante. Por el contrario, todo es susceptible de sumar al odio.
Para dejar de odiar, hay que dejarse. Dejarse de buscar motivos, dejar de justificarse.
Pegar un salto. Vértigo.
10 de junio de 2014
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