Toda la noche -al menos, eso percibí- soñé con un examen de Historia de la Iglesia que tenía que dar. No había estudiado nada, no encontraba los apuntes ni la carpeta. Por momentos, entre sueños despertaba y me daba cuenta que no era cierto, pero no alcanzaba para tranquilizarme: me dormía y volvía a soñar lo mismo.
El profesor -el real- es un tipo al que admiro mucho. Ahora ya está grande, con problemas de memoria, en un hogar de ancianos donde se encuentra muy a gusto. En el sueño, no quería decepcionarlo.
Todo el día me quedó dando vueltas... ¿a quién no quiero decepcionar ahora?, ¿qué examen no preparé?
En un momento, de la nada, me apareció una charla que tuve en la semana, donde sentí que la persona me estaba poniendo a examen, dudando de mí, de lo que sabía y exponía. Por educación, no respondí cómo hubiese querido: no encontraba el modo -los apuntes, las carpetas- para hacerlo bien. Me decepcioné, me quedé con ganas.
Igual, tuvo que venir el subconsciente en mi ayuda.
23 de junio de 2014
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