Visitaba a una mujer, anciana, 76 años. No la conocía pero una amiga de ella me comentó que andaba más o menos. Me daba mucha fiaca ir, en verdad, lo demoré unos días.
Me recibió la mujer que vive con ella y la cuida. Me esperaba en el living, nerviosa, ansiosa. En la cara se le notaba que estaba triste. Nos sentamos a la mesa, en diagonal. La miro, le tomo la mano, me dice que no puede respirar. Mientras le acaricio la mano para tranquilizarla le propongo que respire hondo y largue el aire de a poco. Charlamos, se pierde, me cuenta de su depresión, le digo -sin mentir- que la entiendo, me cuenta del Parkinson, de lo poco feliz que fue...
Escucho, asiento, pregunto, acaricio Me dice: Ud. tiene cara de hombre feliz. Me descoloca la observación.
¿De qué depende mi felicidad? ¿De la salud, la juventud, los hados, las personas que quiero y me quieren, de Dios? De todo, de mucho.
Espero haberle dejado un poco, aunque fuere.
9 de marzo de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario