Andaba por san Isidro, camino a una reunión. En una esquina hay un puestito de flores. Pasé y vi nardos. Paré, compré dos varas, largas, con pimpollos y flores.
De ahí fui a la perfumería: necesitaba comprar desodorante y jabón. Dejo los nardos apoyados y una de las mujeres que atiende me pide permiso para olerlos. Son sus flores preferidas.
Unas cuadras más adelante entro en una librería. Conozco a la vendedora que me recibe entusiasmada cuando ve las flores. Mientras reviso las estanterías, ella se queda embelesada, oliendo.
Vuelvo en el colectivo. Al llegar a casa busco un florero, agua, corto un poco las varas, las pongo en el living. Vuelvo a salir.
Cuando regreso, el aroma me recibe, abrazándome, invadiéndome sin violencia. La casa se llenó del aroma -Juan 12,3-. Yo, agradecido.
Cuando regreso, el aroma me recibe, abrazándome, invadiéndome sin violencia. La casa se llenó del aroma -Juan 12,3-. Yo, agradecido.
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