Esos días que no sabés para qué te levantaste, por qué no volviste a la cama, cómo hiciste para llegar a la noche.
Nada especialmente diferente, agotador o complicado. Sólo que alguna cosa que en otro momento pasaba sin pena ni gloria se hace una montaña mínima y ridícula. La razón, esa insensata, dice que no es nada, que es mínimo, que ya está. El cuerpo, el corazón -otros exagerados- dicen que sí, cómo no, que claro que es algo, que es todo.
Por suerte me conozco. Una buena noche de sueño y se pasa. Dos, a lo sumo.
10 de marzo de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario