A la vuelta, los colectivos venían demasiado llenos y no se detenían: como muchas calles, avenidas e incluso Panamericana estaban anegadas, eran aún menos. Las personas amontonadas en la parada se potenciaban en la queja irracional y se ponían violentas.
Al lado mío, una señora permanecía callada, Nos miramos.
-Están mal, ¿no?
-Sí, pero ni se dan cuenta, responde.
A ninguno nos divertía tener que esperar, estar mojados, amontonados, ver que se hacía tarde.
Pero las propuestas, la indiNAción, las reflexiones eran geniales. Hasta la revolución, no paran.
Ya sé con quién no estar cuando se acabe el mundo.
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