En un almuerzo, luego de una reunión con momentos álgidos, me senté donde creí que iba a estar más cómodo. Al fin y al cabo, no tenía ningún interés en dejar que se me atragantara la comida. Por suerte, el causante de la algidez previa se había ido antes. Aclaradas un par de cosas y dejando asentadas un par de posturas, se fue relajando el ambiente y pudimos disfrutar una comida simple y un lindo encuentro.
Vuelvo a las mesas, mis mesas -míticas, al decir de Mariana-. Defecto mío, sin dudas, pero no hubiera podido comer si quien casi hunde la reunión previa hubiese estado presente; no me hubiese pasado la comida. Es decir: quebró la comunión, el encuentro, el espacio violentamente. Compartir el alimento como si nada, así no más, no va conmigo.
No es virtud ni integridad, nada de eso.
Simplemente no me pasa la comida. Eso. No me pasa.
16 de diciembre de 2012
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