Por opción no suelo dar dinero en la calle o en los medios de transportes. Entre las leyendas urbanas del uso de los niños, la desconfianza con la que vivimos y los prejuicios, no me sale.
Sí, de vez en cuando, si tengo un cachito de tiempo y el viento a favor, prefiero ir con quien pide a comprar algo para comer. Me parece mejor, no sé.
Ayer a la tarde volvía a casa y bajé en otra parada del colectivo, para pasar por un negocio. Salgo, me rodean tres chiquitos de entre 9 y 11.
-Eh, don, ¿tiene una moneda?
-No, monedas no tengo, salí con billetes, no más.
-¿No nos da para comer?
-Mejor vamos a comprar algo juntos.
Cruzamos a la estación de servicio, entramos en patota. No los miré demasiado a ellos, sino que busqué una bolsa grande y no muy cara.
-¡Papas fritas!
-No, mejor unas galletitas para compartir.
Los del negocio miraban con desconfianza lógica. Pago, salimos y le doy el paquete a uno. Ellos doblan a la derecha, yo a la izquierda.
-¡Ey, señor!, escucho a uno que llama.
Me doy vuelta, ya a varios metros. Pulgar en alto, dice:
-Gracias.
Andaba yo tan apurado que no le di tiempo. Me "humanizaron".
15 de noviembre de 2011
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2 comentarios:
Y yo me emocioné... no por el relato de cómo preferís ayudar a los que te lo piden, que comparto, aunque nunca he tenido la valentía de hacerlo yo. Lo que me conmovió fue tu reflexión: "me humanizaron". ¡La pucha! Simple: de eso se trata la vida y lo celebro. Gracias por compartirlo con nosotros, por repartir un poco de esa humanidad, tan escasa.
¡Estas cosas son para compartirlas, sin duda!.
Claro que cada tantísimo, no más, me pasan, pasan o las veo. Tampoco ando así todo el tiempo por la vida...
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