Aprovecho que las mañanas están más calmas y menos cálidas para leer un poco, para estudiar otro poco, para escribir otro poco... Pero me cuesta concentrarme y se me cruzan los personajes de la novela de Kawabata al libro de Pagola, de mis intentos de apuntes a un correo que contesto.
Igual, le pongo disciplina casi prusiana, hasta que me acuerdo de algo tan impostergable como inútil y ahí voy. La culpa me persigue en mi paseo y regreso, pero ya no recuerdo a qué debía regresar. O sí, pero no me escucho.
Pasaron menos de 15 minutos.
5 de enero de 2011
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