Charlábamos con Fer sin mucho orden ni concierto. Íbamos con él y Gastón a comprar algún chocolate para el café. Siesta de un domingo con solcito invernal, tan lindo.
No sé cómo llegamos a las objetividades imposibles: coincidíamos que son, en verdad, una quimera. Que al menos está bueno y es honesto aclarar desde dónde miramos o hablamos. Cómo no todos decimos lo mismo con las mismas palabras. Lo difícil que es mantenerse centrado, cómo solemos enroscamos entre las ideologías y los ideales, los deseos y las realizaciones, los tirones entre lo bueno, lo malo y lo que podemos.
Dice Fer: -Cuando me pierdo, cuando me descentro o me pierdo, pienso en mi abuelo de Tupungato. Un tipo simple, honesto, querido por su pueblo, buen esposo y padre, sin banderas. Así quiero ser.
Pensé, pienso, en los y las testigos a quienes miro y me ayudan a volver a lo básico, a lo central. Agradezco.
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