Imposible no pensar en lo trementamente frágil que es la existencia. No me prendo en el alarmismo, ni creo que sean las hecatombes anunciadoras de ningún fin. De hecho, pasa que lo lejano hace rato que queda acá a la vuelta.
Imposible no ver los saqueos (creo que mucho más justificados que en nuestro olvidable diciembre de 2001) y presenciar el asomo de la animalidad que nos habita. Y a la vez, esos asomos de bondad que nos dan orgullo de pertenecer a la familia humana.
A la vez, qué tremendo en sentir que alguna parte mía está como anestesiada ante tanto estímulo; que puedo ver u oír las noticias mientras como, sin que se atragante la comida. No sé, muchas sensaciones contradictorias que no sé cómo se pueden reconciliar.
Sí, todo se mueve. La tierra y los adentros.
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