Ya no hay más en este tiempo, ni jefe, ni profeta, ni príncipe, ni holocausto, ni sacrificio, ni oblación, ni incienso, ni lugar donde ofrecer las primicias, y así, alcanzar tu favor. Pero que nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humillado nos hagan aceptables...que así sea hoy nuestro sacrificio delante de ti, y que nosotros te sigamos plenamente, porque no quedan confundidos los que confían en ti. (Dan 3, 38-40)
Pasa que el libro de Daniel, en parte, hace memoria de una de las experiencias más terribles del Israel bíblico: el exilio, donde no tenían nada de lo que les "garantizaba" el contacto, por decir, con Dios: no templo ni culto ni sacerdotes, no tierra prometida, no rey... Nada. Sólo quedaban las personas desnudas, sin seguridades ni muletas.
Ahí algunos, que no todos, hacen un clic: QUEDAMOS LAS PERSONAS. Y comienzan a pensar, rezar, proyectar desde el culto vital. "¿No hay templo y eso?. Estamos nosotros. ¿No hay animales u ofrendas?. Estamos nosotros".
Me animo a decir: estamos nosotros. Como ofrenda vital al otro/a, al Otro. Como lugares sagrados, como personas sagradas, como vivientes con y para la comunión (¡no lo piensen "católicamente", sino, bue, como sea). Como posibilidad de lo nuevo. Lo inesperado.
En algún lugar, siento que esto me conecta, desde mi fe, mi ser, con la práxis de otros/as, con las experiencias de donación y sacralidad "laicas" en otros/as, con algo de esa bondad infinita que habita a la humanidad. Y "huelo" algo del evangelio.
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