Se le está abriendo un mundo: el de la lectura y la escritura. Cada vez que puede leer o escribir, es genial ver el proceso que le lleva y cómo se obstina en conseguir que las palabras le salgan, por el lápiz o los labios.
Y me encuentro recorriendo sílabas y vocales en español, algún sonido en inglés, los números para contar y ordenar... Está buenísimo.
Y me siento Gardel cuando se asombra de lo que yo sé, cuando entiende algo que le explico, cuando podemos escribir nuestros nombres.
Pienso: cuántos universos encierra el aprender, qué bueno está recorrerlos, qué suerte ser alfabetizado, tener la posibilidad de viajar con un (con los) libros, poder ponerle palabras a lo que siento, transmitir lo que sé y recibir la sabiduría de otros, buscar maneras de entender o explicar lo nuevo, tener la posibilidad de recorrer este camino con otros.
Qué bueno está sorprenderse y poder mirar, un poco, con los ojos de la enana esta.
3 comentarios:
Qué linda experiencia, Pablo. ¡Gracias por compartirla!
De nada, Pil, es una panzada de tiazgo...
Me encantó este post. Mi sobrina empezó a interesarse por la lectura y yo me morí de amor. Quería satisfacer el deseo e incentivarlo. Es una de mis metas como tía: que lea y le guste hacerlo. Le compré un montón de libros y está fascinada: los mira, te pide que se los leas una y otra vez y con solo ver un dibujo puede contar las historias.
Eso me hizo pensar que el problema no es que los chicos no leen, sino que no se les enseña a hacerlo o no se atiende a ese bichito curioso de manera satisfactoria cuando se despierta.
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