Como casi todos los domingos, me lo volví a cruzar. Lo vi de lejos, abriendo un contenedor de basura, sacando cosas, oliendo una tela (¿camisa, remera, trapo?) para evaluar si la ponía o no en su carrito.
Venia yo desde Av. Rolón y tenía un bombón y una bananita Dolca. Cuando estoy a unos pasos -suele mirar raro, como si no viese bien o desconfiara del que se acerca-, saco el bombón del bolsillo de la campera y se lo extiendo.
-Viene bien para el frío, le digo.
-Gracia, samigo. ¿Qué hora es?, ¿las tres?
-Dos y cuarto, recién.
-Uh, ya las dos y cuarto.
-Sí, hasta luego.
Hago unos metros.
-¿Si tenés papeles me los guardás?
-Sí, seguro.
-O diarios, o revistas. O ropa, o una campera.
-Ok, cómo no.
-Gracia'.
-Chau, nos vemos.
Sigo. Me doy vuelta para mirarlo. Pela el bombón, se lo mete entero a la boca. Tira el papel en el contenedor. Vive de la basura, del descarte de los otros y tuvo la grandeza de no ensuciar con el papel mínimo de la golosina.
Un capo.
Un capo.
2 comentarios:
El bombon fue un buen gesto pero si le dabas la bananita dolca...directamente te beatifican..jeje abrazos
Bueno capaz, pero hasta ahí. La dolca no se mancha (?)
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