Santiago, esposo de Ángela, tuvo un ACV y le indujeron el coma. Me enteré y en cuanto pude fui a verlo al Hospital Central de San Isidro. Más que verlo a él, verlas a ellas, sus mujeres: las hijas, la esposa. Y las parejas de las hijas, claro. Desconcierto, más que dolor. Reacomodar la vida cotidiana con una cotidianedad nueva que irrumpe violenta. Sabemos, decimos, repetimos que las cosas pasan. Pero cuando nos pasan nos atraviesan. Pude entrar a verlo unos minutos: Santiago es grandote. Verlo en la cama, con cables, respirador, inconciente lo hace sumamente pequeño y frágil.
A la mañana había estado despidiendo a Lala, cercana a los 99 años, madre de un querido amigo que ya murió. Abuela de otros amigos. Un dolor diferente ante la vida que se acabó, que llegó a término. Lala tenía los ojos azules, profundos. Un pelo blanquísimo. Unas arrugas profundas y preciosas. Una delicadeza de conciencia que la invitaba a tratar con cariño a todos.Me impresionaba cómo confiaba en mí, tanto menor que ella.
Momentos en los que siento que espío, testigo, en el misterio del otro. Inmensos.
15 de marzo de 2013
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