En un grupo de trabajo, durante un encuentro en el que participé, aparecía repetidamente escuchar y ser escuchados como necesidad, como desafío, como actitud.
Lo irónico del caso es que el que ¿coordinaba? interrumpía al que hablaba, para decir lo que el otro decía. Claramente, no sólo hacía caso omiso del pedido de escuchar al interrumpir, sino que no era fiel al decir qué había escuchado: interpretaba, recortaba, descalificaba.
Hay mucho bienintencionado que dice: Me encanta escuchar al otro.
Pocos saben hacerlo.
Pocos saben callar lo necesario.
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