Me recordó a una amiga mendocina que, cuando se mudó a Buenos Aires, comenzó a sentirse muy angustiada. Cada vez que salía a la calle, la opresión en el pecho decía presente. Al tiempo descubrió que el horizonte chato la angustiaba: necesitaba montañas. Ellas la orientaron toda su vida de horizonte cortado.
Es decir: andamos necesitados de algo, no sabemos bien de qué.
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