No quiero decir que, aún en la transitoriedad, dejemos de buscar permanencias o pequeñas eternidades.
Cuando el mundo semita/bíblico aún no había desarrollado la idea de un más allá en el cual los humanos compartieran tiempo y vida con la divinidad, la permanencia eran los hijos, la tierra, el buen nombre que se perpetuaba.
Cuando algunas culturas dejan menhires, obeliscos, monumentos, es para perpetuar, para poner un gesto de acá pasó algo.
Cuando alguien escribe con mucha o poca pretensión un libro, quiere trascender en las palabras.
Cuando legamos enseñanzas o tradiciones, entramos en ese círculo continuo que es la humanidad.
Tan eterna y tan joven.
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