Las trampas que esconde nuestro hablar son muchas, sutiles, variadas: trabajar como un negro, ser bien macho -opuesto a no ser maricón o mujercita-, problemas chinos... No lo digo por la cosa barata e irreflexiva de ¡oh, discriminación!, sino para que podamos ser conscientes de nuestras palabras, de lo que encierran, de lo que liberan.
Lo digo porque dar respuesta, ser responsable, se construye también con lo que enseñamos, lo que reproducimos, lo que permitimos decir o que nos digan.
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