Cuidar las palabras, cuidar la palabra, no por una cuestión de amabilidad; cuidar incluso los insultos, para poder putear como corresponde, cuando corresponde y a quien corresponde.
Porque más allá de los galimatías, juegos, gritos, falsetes, las palabras, la palabra tiene peso: el peso de lo que significa, sin dudas, pero más aún el peso de quien la dice.
Hay que revisar balanzas.
29 de septiembre de 2011
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